jueves, 13 de noviembre de 2008


CAPÍTULO 72
Primer Premio del Concurso Nacional de Literatura Joven Royal Bank of Canada, 1978


© Reynaldo Disla

CAPÍTULO 72
Primera edición: The Royal Bank of Canada.
Tercer Concurso de Literatura Joven.
Santo Domingo, 1978.


NOTA A LOS GRUPOSEl objetivo de la pieza es presentar el melodrama en sus formas actuales: telenovelas, radionovelas, etc., en confrontación con la realidad, incluyendo la participación activa del público a partir de la segunda parte. La parodia, que transcurre entre máscaras y revelaciones de los personajes-actores, debe dársele ese carácter del No que le dan los espectadores a los dramas que conocen: conversan, comen y sólo prestan atención a lo que pasa en el escenario en los momentos considerados culminantes. Es decir, la acción en la escena en los momentos melodramáticos es secundaria, importando más lo que pase en el público, lo que opine el público, la técnica múltiple, el happening, cortar la obra y luego continuarla, admitir la opinión fortuita de alguno del público, la improvisación, todo cabe dentro de la pieza. No hay que sujetarse estrictamente al texto y sí dar curso a todas las situaciones que se presenten. Puede agregarse a los mendigos un personaje, como el que utilizamos en las pasadas tercera y cuarta jornada de teatro en la calle, ya sea un payaso, diablo cojuelo o saltimbanqui que esté estimulando a los espectadores.

Si se quiere pueden establecerse relaciones con el público desde el principio. Repartir fotografías sobre problemas actuales. (Recuerden la exposición de pintura que se planeaba presentar junto a las obras callejeras). Cualquier recurso que imaginen. (El grupo norteamericano “Bread and Puppet” —Pan y marionetas—, por ejemplo, reparte pan entre los espectadores y crea un medio de acercamiento y comunicación). Puede comenzarse con esta introducción, o bien, escribirla en el programa:

El autor oyó un bullicio, cántaros arrastrados por las calles, vivas y exclamaciones y salió de su casa para averiguar lo que pasaba. Las mujeres se abrazaban, hacían comentarios y los niños saltaban estirando sus costillas. ¿Algún vecino regresaba? ¿Había concluido el campeonato de pelota? ¿Quién se sacó la lotería? La telenovela había terminado y se reconciliaron los dos esposos separados anteriormente por las intrigas de los perversos. Ante aquel espectáculo el autor sintió unas ganas de salir gritando de rabia por las calles, así: ¡Ayyyyyyyyyy! ¡Grurrrrrrr! (Aquí sale un actor que representa al autor. También p u e d e n invitarme, que yo actuaría este pedazo con mucho gusto.) Y arrasar con todo. Pero pensando en lo ridículo que se vería optó por sentarse frente a su maquinilla y escribir esta obra en la que esperamos la participación de ustedes a partir de la segunda parte. Pueden ustedes hacer como los espectadores del teatro No, japonés: conversen, coman, beban y sólo presten atención a los momentos que más les interesen. Y participen. Ustedes son también artistas. Esta obra es un pretexto para reunirnos aquí y discutir este tema...



Algunos de los personajes:

GALÁN y MUCHACHA (máscaras rojas.)
SIRVIENTA (máscara blanca)
PADRE (máscara amarilla)
LOS SARMIENTO (máscaras azules),
CORO DEL PÚBLICO, CORO DE MENDIGOS,
NARRADOR, etcétera.


El escenario estará dividido en dos partes y su boca tendrá forma de pantalla de TV. La escenografía brillante, pero con pocos o ningún objeto (muebles, mesas). La zona que ocuparán los mendigos debe ser la antítesis, por supuesto, del lado lujoso del escenario. El vestuario puede ser una mezcla de los utilizados en melodramas del siglo pasado y los modernos. Puede usarse música para acentuar o ridiculizar ciertas situaciones.

I- LA CASA


GALÁN: ¡Te amo, Lucía! Pero tú eres pobre y yo soy rico, nuestra posición social nos separa.

MUCHACHA: Sólo me importa tu amor. ¡Ay, ay, ay! Estoy dispuesta a sacrificar mi amor para que no traiciones tu apellido, tu honor y tu alcurnia. Estoy dispuesta a renunciar a ti para toda la vida.

GALÁN: ¡No, Gisela! No aceptaré que te sacrifiques. Acaso piensas que no soy capaz de arriesgarlo todo por tu amor, títulos, apellido, abolengo, y correr detrás de ti y amarte eternamente. ¡Oh, chiquita mía! ¡Cuándo te veré en mis brazos sin temor a nada ni a nadie...! (Titubea, el apuntador se deja ver mostrando un cartel que el Galán lee caminando por todo el escenario.) ¡Cuándo te veré mi dueña y señora!

MUCHACHA: Sólo me interesa tu amor. Tu amor, mi vida. Pero calla, no debemos hablar aquí en la casa, tan alto. (Entra la sirvienta. Sale el apuntador.)
SIRVIENTA (Se pone una máscara sonriente): ¿Qué hacen estos tórtolos por estos pasillos? Acuérdense. Si el señor llega a enterarse de lo que hay entre ustedes... ¡Uy, los destierra, o se enferma, con ese corazón que tiene!

GALÁN: No te preocupes, Josefa, nadie lo sabe. Tratamos de ocultar nuestro amor. Sólo tú, ella y yo sabemos de este amor. De este gran amor, de este fiero amor que me hiela la sangre, que sube por los pies y me estalla en la cabeza, ardiente, apasionado, celestial.

MUCHACHA: Este amor que no repara en nada de esta vida, que se siente dentro, y cuando se siente se pierde la noción de las cosas, de los sentidos de los pensamientos (Durante este diálogo se oyen los murmullos del apuntador.) etcétera, etcétera.

SIRVIENTA (Se quita la máscara.): No me interesan estos asuntos. Pero debo mostrarme amable con ellos. Así lo exige el papel. (Al coro del público.) ¡Creen que me siento bien como una chistosa sonriente! (Sale.)

GALÁN: Ahora nos abrazamos. (Se abrazan.)

CORO DEL PÚBLICO: No cabe duda: estos dos se casan. Unirán sus vidas para siempre y vivirán el uno para el otro compartiendo el mismo techo. Tendrán hijos, como es normal, y nosotros esperaremos para verlos. ¿En qué terminará tan interesante conflicto? ¿Qué dirá su padre cuando se entere? Quisiéramos ver la reacción de su rostro. Aquí entra ¡Ssss! ¡Atención!

PADRE (Entra por el fondo, sin la máscara. Con ademanes trágicos. Ríe. Como recordando algo.): ¡Cuánto compadezco vuestra manera de razonar! Me asombra la facilidad con que os dejáis arrastrar a otro mundo por los conflictos, la violencia y las escenas amorosas. (Se burla de sí mismo.) ¡Pero no hay más remedio! Venís aquí a sentir mil emociones. (Empieza a tomar poses de trágico griego.) ¡Pero me preocupa vuestro sentimiento hacia mí! ¡Ya estáis en mi contra! Veis en mí el causante de la desgracia de mi hijo. El padre arrogante que impulsará a los enamorados a la tragedia. No... ¡no es así (Sin representar, como actor.) ¡Qué me importa a mí que Chesmenganón se case con Penelosutine! Yo sólo cumplo con las circunstancias! Tengo que ser así para darle interés, expectación a esta cuestión (Representando.) Pensad que detrás de la máscara de padre testarudo que me pondré, hay un hombre que sufre, que sólo obedece a imposiciones externas a mi voluntad. En el fondo de mi conciencia puedo desear que ellos se casen... Pero las circunstancias, “las condiciones dadas” me lo impiden... Las circunstancias han provocado innumerables catástrofes a los personajes que he representado: Edipo se sacó los ojos por las circunstancias, dictó una sentencia que cayó sobre él y creó las condiciones para que sobre sus hijos recayera la desventura. Yo no quiero que mi hijo sea desdichado, hombres de esta ciudad. Ya tengo experiencias amargas en estos papeles; si los señores Montesco y los señores Capuleto no se hubieran peleado tendríamos un Romeo que se quejara de su reuma y una Julieta gorda y arrugada que se lamentara de la brevedad del día. Viviría Romeo para Julieta y... viceversa. ¡Creedme, no quiero ser un tirano, no quiero la tragedia! No otra Melibea, un Calixto tampoco. ¡Ay, pero en este disparate estúpido que es mi vida entre candilejas debo obedecer a lo preestablecido. Quizás acceda, al final del drama, a que ellos se casen. Como en “El sí de las niñas”. Quizás me oponga por conveniencia personal, al matrimonio, como en las comedias de Molière. Allí nunca hubo muertes, quedaba satisfecho. Mantenía mi reputación y nadie me reprochaba por haber flojeado un poquito en favor de algún hijo... Es tan desastrosa, a veces, la historia de mis caracteres. Pero aquí confluyen sobre mí todas las maldades. En esta obra soy muy liberal... Sí. Pero a veces defiendo los valores rancios de la Edad Media, valores adaptados a los sentimientos castos de la burguesía.... ¡y qué admirable!: Los ricos se identifican con esos valores y contrario a lo que parecen en las fábricas, en los negocios y en las operaciones bancarias, son muy, pero muy sentimentales y hasta lloran y en ocasiones hasta descubro en sus ojos una chispa de odio hacia mí: ¡no piensan en lo mucho que tenemos en común!...

CORO DEL PÚBLICO: ¡Ya, ya! ¡Muy bien!: ¡No es que nos interese la vida de los condes, duques y marqueses de la Edad Media, ni las peripecias de un joven burgués para casarse con la sirvienta, sino vivir esos momentos emocionantes, amargos y alegres de los seres ficticios. ¡Ahora, basta ya de interrupciones, queremos ver sin más preámbulos, de manera clara e intrigante, el desenlace de este conflicto amoroso, que según las apariencias estará muy interesante!

PADRE: Seguiremos con el drama. Pero no quisiera engañaros. Me duele en el alma, si es que la tengo, pronunciar delante de vosotros los parlamentos que oiréis. A muchos no les encuentro sentido ni calidad literaria, pero es mi trabajo y no queda más alternativa que decirlos. Sé que la mercancía que os ofrezco no es buena... Yo he trabajado algunos Florencio Sánchez y os juro que aquellos diálogos rurales estaban mejor confeccionados que estos llenos de palabras perfumadas. (Se desgarra un poco.) Y estoy tan influido por esa literatura que hasta en mi conversación diaria la utilizo. A cada momento me dicen que soy un cursi.

CORO DEL PÚBLICO: ¡Basta ya de charlas! ¡Queremos ver las caras hermosas de los galanes y el rostro maquillado de las damas que vale la pena perder dos horas para observar gente tan hermosa!

PADRE: No seré yo quien deje de complaceros, para eso me pagan. (Se pone la máscara. Pausa.) ¡Josefa, Josefa! ¡Esta mujer! Todo el día vaga por la casa y cuando uno la necesita no aparece. (Entra la Sirvienta.)
SIRVIENTA: ¿Me llamaba, señor?

PADRE: ¡Te llamaba! ¿En dónde has estado todo el día?

SIRVIENTA: Trabajando.

PADRE: ¿Trabajando?

SIRVIENTA: Sí... sí.

PADRE: ¿Estás segura de que no has hecho otras cosas?

SIRVIENTA: ¿Qué puedo hacer?

PADRE: Por ejemplo, estar contando secretos de esta familia.

SIRVIENTA:¡Dios santo! ¡Cómo es capaz el señor de decir eso! Bien sabe que desde hace veinte años guardo absoluto silencio. ¡Cómo iba yo a... ¡no, señor!

PADRE: ¡Ja, ja, ja! Bromeaba. Bien sé que eres fiel. Criaste, después de la muerte de mi querida esposa, a mi hijo Alberto. Sé que jamás revelarás esa verdad que hemos callado durante tantos años,

SIRVIENTA: Por favor, señor, no me juegue bromas tan pesadas.

PADRE: ¿Sabes? Hoy duré horas y horas en mi cuarto contemplando su retrato, tan hermosa, con sus ojos que una vez dieron brillo a esta casa. ¿Te acuerdas? Siempre cortaba rosas en el jardín, se pasaba la mañana entera allí.

SIRVIENTA: Señor, no se ponga a recordar esas cosas, le hacen mucho daño.
(Al teatro entran varios canillitas y ofrecen periódicos. Muestran los titulares que hablan de problemas actuales: el hambre, el desempleo, la represión, el abuso de poder, las injusticias de la justicia, etc. Los ofrecen como si realmente estuvieran vendiéndolos. Mientras en el escenario la obra continúa.)
PADRE: Sufría tanto a veces, era tan dulce. Todavía me pesa el trato que le daba algunas veces. Hoy quiero recompensar en algo esos malos tratos... Con una niña. ¡¿Te acuerdas de la niña con que ella jugaba siempre en el jardín, hija de nuestros amigos los Sarmiento?!

SIRVIENTA: Sí, era muy bonita, venía siempre a la casa. Se pasaba semanas enteras, pero luego sus padres se fueron a Europa.

PADRE: Han regresado. Y la niña está ahora convertida en una hermosa mujer. Se llama Beatriz o Carlota o Patricia (Tose.) Mi mujer me dijo en su lecho de muerte que deseaba que nuestro hijo se casara con Carlota Beatriz.

SIRVIENTA: ¡Ah! Entonces... usted piensa casar a su hijo Alberto con Beatriz...

PADRE: Sí, mi hijo se casará con ella, para cumplir la palabra dada a mi difunta esposa. (Van saliendo algunos de los canillitas, otros siguen mostrando los periódicos.) Ve inmediatamente donde mi hijo y dile que venga, quiero hablarle.

SIRVIENTA: ¡Le dirá que se case con...!

PADRE: No, jamás. (Al respetable y al mismo tiempo a la Sirvienta.) En tiempos pasados era más estricto, obligaba a casarse a los Raimundos, Albertos y Oscares por la fuerza y por conveniencias sociales. -Ahora soy democrático-. Sólo se la presentaré y haré unas cuantas incitaciones, es tan bonita que se enamorará de ella, y ella ya está enamorada de él. ¡Ja! Pienso invitar a los Sarmiento Guzmán Portorreal a que pasen una semana en mi casa de campo. Pero ve, avisa a mi hijo que lo espero en el despacho.

SIRVIENTA: En... Enseguida, enseguida.

PADRE: Pero, ¿qué te pasa, mujer?

SIRVIENTA: Nada, nada...

PADRE: Muy bien, esa respuesta es muy de mi gusto... (Sale el padre. Han salido todos los canillitas.)
CORO DEL PÚBLICO: ¡Oh, qué horrenda desdicha la del pobre joven enamorado, verse atado en las leyes de una tradición que nada le importa! ¿Qué será de este infeliz que está perdidamente enamorado de una dulce y buena muchacha llamada María, llamada Gisela, llamada Marisol?

SIRVIENTA: ¿Cómo yo, que lo he cargado en mis brazos, que lo he visto crecer! Y he sido su confidente al enamorarse él de ella, no obstante ser ella una sirvienta y él el heredero de una inmensa fortuna, de grandes extensiones de terrenos fértiles, y de negocios de bienes raíces. Yo. ¿Puedo colaborar en un plan que va a destruir la felicidad de mi niño Alberto? ¿Cómo traicionar a mi señor? Señores, estoy en un grave problema.

CORO DEL PÚBLICO: ¡Anda, no pierdas tiempo! Debes decirle lo que trama su padre, avísale que debe estar en guardia, que no se deje enredar por la Sarmiento, que según vimos hace diez capítulos está muy interesada en Alberto y que al ofrecérsele esta oportunidad la aprovechará. Y que sea fiel a Marisol, a María o como se llame.

SIRVIENTA: ¡Cómo me piden que revele una confidencia del señor! No, tengo que callar. Compréndanme, tengo que callar, así lo exigen las circunstancias. ¡Cómo no obedecer al último deseo de una difunta!

CORO DEL PÚBLICO: No fastidies más con tus monólogos y ve enseguida a comunicarle la noticia a Alberto.

SIRVIENTA (Se quita la máscara con ira.): ¡Siempre órdenes, estoy harta de que me den órdenes, de que me menosprecien! ¿Es que yo no puedo merecer la atención que se le da a un personaje trágico? ¿Por qué me colocan en un segundo plano, como mensajera, como guardadora de secretos, cuando la importancia de mi vida merece el primer papel. ¡Qué vida tan desdichada en mis personajes del teatro! La fiel acompañante de los héroes y heroínas. Cómica, seria, bufona, ama. A veces sólo me muestran para que se rían de mí. Yo y los de mi clase eran los que despertaban las risas en los tablados palaciegos. Nadie se reía de los nobles y reyes en las tragedias. Los torpes, los graciosos, éramos las gentes del pueblo, nosotros... -Ah, pero qué alegría la comedia del arte, fue un sueño-. Ahora estoy más molesta que nunca: nana, criada, que “como de la familia”, que “nuestra fiel sirvienta”, que soy “como una madre”, ¡siendo mi tragedia más importante para ustedes que todas las imbecilidades que les pasan a estos ñoños!

CORO DEL PÚBLICO: Vamos, ¡fuera de aquí, que la saquen de la compañía! ¡Queremos divertirnos con tus ocurrencias, no oír lamentaciones! Anda, cumple con tu deber que para eso pagamos! ¿No hay respeto para el público?

SIRVIENTA: ¡No les gustaría oír los problemas de una trabajadora, que aguanta las mismas calamidades que ustedes! ¡La misma agonía! ¡Que se muestra amable con el patrón en el escenario, pero que fuera de él siente deseos de escupirle la cara!

CORO DEL PÚBLICO (Agobiados por su propia existencia.): Nos molesta que nos recuerden nuestras miserias. Estamos sedientos de olvidar nuestros problemas cotidianos, no queremos pensar en la vida azarosa que llevamos en este mundo... el dolor de vivir hacinados como puercos flacos en una pocilga pestilente. (Ruedan en lamentos y quejas.)
UNO: Queremos olvidar la competencia diaria por vivir.

OTRO: El trabajar para beneficio de unos pocos.

UNO: El descubrir nuestro cuerpo cargado de dolores.

TODOS: Queremos ver rostros robustos y galanos.

UNO: El vivir en barrios asquerosos y hediondos, con mierda en las aceras.

TODOS: Queremos ver el lujo resplandeciente de los escenarios.

UNO: El ser mirado como un animal sospechoso.

TODOS: Queremos ver un mundo de amor y de sonrisas en las tablas.

OTRO: El ver nuestras mujeres llenas de llagas y ojos tristes.

TODOS: Queremos ver el maquillaje de las blancas rozagantes.

UNO: El sentir que no tenemos una esperanza de salir del lodo.

TODOS: Ver que los pobres tienen sentimientos caballerescos iguales a los de los ricos banqueros y terratenientes.

UNO: El sentir que no recibimos los progresos del mundo.

TODOS: Sentir que ellos tienen buenos y malos sentimientos como nosotros.

UNO: El acostarse con un pan agrio en el estómago.

TODOS: Ver la abundancia en los banquetes. En fin, olvidar y sentirnos uno de ustedes, personajes del tablado.

SIRVIENTA: Es lo que hago: olvidar. Pero adelante con los enredos que la publicitaria insiste y tenemos que cumplir. (Sale. Pausa. Entra el Padre con el Galán.)

PADRE: Hijo mío, ya eres mayor de edad. Es preciso que tratemos sobre tu futuro. Hablaré de hombre a hombre... Heredarás mi fortuna, y es bueno que vayas pensando en hacer tu propia vida. Que te cases y te independices. Yo ya soy viejo. Y quiero que nuestro nombre se siga manteniendo en alto.

GALÁN: Sí, padre.

PADRE: Tengo que comunicarte una noticia. Hace doce días invité a la familia de los Sarmiento a que pasen junto a nosotros el verano en nuestra casa de campo. (Por el fondo pasan muchas palabras, frases, párrafos, luego páginas, volúmenes, fotografías, todo cargado por empleados del ayuntamiento para recoger la basura). Los negocios correrán por cuenta de nuestro administrador. Maneja esos asuntos tan bien como nosotros.

GALÁN: Padre, me gustaría, mejor, quedarme atendiendo los negocios.

PADRE: ¡Ah! Siempre tan trabajador. Bien mereces estas vacaciones en la playa. Hemos cercado un pedazo y estaremos en propiedad privada, nadie nos molestará y estaremos descansando, meditando y compartiendo con unos viejos amigos de nuestra familia.

GALÁN: Pero, papá...

PADRE: Pero nada. Irás conmigo.

Han salido los cargadores de palabras. En el público una señora que atrajo la atención antes de empezar la obra, le comienza un ataque de epilepsia, pueden ponerse a su lado otros actores que se interesen por su estado y le hagan preguntas.
GALÁN: Padre, después de tanto tiempo quiero confesarte la verdad.

PADRE: ¿La verdad?

GALÁN: Sí, la verdad. Estoy enamorado.

PADRE: ¿Enamorado?

GALÁN: Sí, padre.

PADRE: Pero, ¿de quién?

GALÁN: Creo que si te lo digo el cariño que sientes por mí se borrará.

PADRE: Pero, ¿cómo? ¿De quién, de quién, hijo?

La señora empieza a quejarse de manera que buena parte del público se entere que hay alguien que está mal.
GALÁN: Estoy enamorado de Lucía.

PADRE: ¿¡Cómo!? ¡¡¡De una sirvienta!!! ¡Pero, hijo... !!!

GALÁN: Ya lo sé, papá, pero quiero decirte (La señora está dominada por el ataque.) que la amo con todo el corazón y que estoy decidido a casarme con ella. La amo.

PADRE: ¡Pero cómo puedes decirme semejante cosa!

GALÁN: Papá, hace años que nos amamos, lo teníamos en secreto porque sabíamos cómo reaccionarías tú. Ahora te pido, por favor, que no me lleves contigo a ese viaje. Quiero estar aquí por ella y también por los negocios... (La señora está babeando. Dos personas se combinan para sacarla. La sacan. Murmuran entre sí.) Por favor te lo pido.

PADRE: Hijo mío, me asombras. ¿Pero cómo eres capaz...? Ya sé. Caprichos de juventud. Vamos, tú un Sandoval, no, no. Vamos, hijo, te llevaré a ese viaje y verás cómo te olvidas de todo eso y quizás allá encuentres un ambiente más atractivo. (Pasa el barrendero municipal llevándose las últimas palabras.) Es que te has criado entre estas cuatro paredes, necesitas frecuentar otros aires, ver otras caras, otras gentes. Compláceme hijo, solamente este verano. En cuanto a esa muchacha... estoy convencido que es un capricho, la olvidarás para bien y reputación de nuestra familia.

GALÁN: No es un capricho, papá, estoy enamorado seriamente de ella.

CORO DEL PÚBLICO: Enamorado, enamorado. Uuuuuuj, uuuuuj ¡Amor! ¡Amor!... ¿Amor? ¿Amor?

UNO: ¿Amor?

OTRO: ¡Tranquilo, animal, déjame ver!

UNO: ¡Maldita, quita la cabeza que me estás tapando!

UNA: ¡Papá, coño, déjame ver bien!

UNO: ¡Cállense, qué tanto joder!

UNA: ¿¡Se van a estar tranquilos, muchachos del diablo ahí!?

OTRO: ¡Qué desgracia, aquí no se puede ver ninguna maldita vaina!

TODOS: ¡Sssssssssssssss! ¡Sssssssssssssssssssssssssss! ¡Mira, mira, mira, mira, mira! ¡Ssssssssssss!


Los actores pasan a la zona de la playa.




II- LA PLAYA


PADRE: Señor Sarmiento, me encanta estar con su familia y su bella hija en esta casa de campo que compartimos. (Aparecen dos mendigos.)
SEÑOR: Lo mismo digo yo, señor Sandoval.

SEÑORA: ¿Qué te parece este corte, Sebastián?

SEÑOR: Perfecto, Cristina. Es espléndido, quiero que lo luzcas en el baile de fin de año.

SEÑORA: Oh, no, para ese tiempo ya estará muy visto.

SEÑORITA: ¡Ja, ja, ja! Mamá quiere lucir uno de encajes de oro para esa ocasión.

SEÑOR: Oh, las mujeres, ¡tan vanidosas!

PADRE : Pero hay que complacerlas, son las que dan encantos a nuestras vidas. Ay, cada vez que recuerdo a mi Silvia... (Aparecen los demás mendigos de la playa.) ¡Oh, otra vez esos mendigos!

SEÑORA: ¡Échelos de aquí!

GALÁN: Pobres, andan en busca de comida. Hay que compadecerse de los pobres.

SEÑOR: ¡Pobres!

SEÑORITA: ¡Pobrecitos!

CORO DEL PÚBLICO: ¡Ay, ay!

PADRE: Es lo único desagradable de estas playas, todos los moradores son mendigos.

CORO DE MENDIGOS (Al respetable.): Nuestros abuelos eran los dueños de estas playas, eran los dueños de estas tierras donde crecían toda clase de frutas. Desde la mañana sembraban y esperaban tres, cinco, diez meses para ver florecer el campo. Hasta que llegaron estos señores y se apoderaron de los frutos y de la tierra. Ahora nosotros pedimos un poco de comida. Ahora ellos se compadecen de nosotros.

GALÁN (Se quita la máscara): Conozco bien la situación de ustedes, mendigos de la playa. Mas tienen que comprenderme. En esta posición en que estoy sólo puedo compadecerme de ustedes. Tengo que mostrar que con la caridad se pueden resolver todos los problemas que les aquejan.

CORO DE MENDIGOS: ¡Cómo colaboras en esta mentira!

GALÁN: Me pagan para hacer este papel y aquí me tienen. No hay que desviar el drama, adelante. Ustedes son unos harapientos, yo un poderoso que heredará las tierras de vuestros abuelos. Soy el bueno, y para demostrarlo les regalo cosas que cubran vuestras necesidades.

CORO DEL PÚBLICO: ¿Qué son esos disparates? Queremos ver la culminación de la acción, queremos enternecernos.

CORO DE MENDIGOS: ¿Con qué derecho vienen ustedes aquí a divertirse? (Panfletarios.) Cuando nosotros sufrimos por culpa de unos pocos que se apoderan de nuestros bienes.

CORO DEL PÚBLICO: ¡Basta, aburridos, cansones, desagradables, cojan su comida y retírense.

CORO DE MENDIGOS: Escuchen nuestra historia amarga, más importante que la de Alberto.

SEÑORA: ¡Silencio, váyanse con su olor lejos!

CORO DE MENDIGOS (Al público): En las arenas de estas playas, debajo, hay cadáveres con los huesos torturados, un montón de nuestros muertos que no soportaron el estupor, las torturas y el pánico de las hombrunas. Ellos querían rescatar estas tierras para nosotros, sus hijos. Pero los siervos de los señores fueron estrangulados y enterrados a la orilla del mar. Hoy vivimos segregados del esplendor de estos campos, en medio de riquezas magníficas. Y no podemos decir esto es mío y ya lo cojo, sino mendigarlo a los dueños. ¡Cómo gritarían los cadáveres bajo las aguas si saben que nosotros permanecemos inmóviles ante sus quejas de ultratumba!

CORO DEL PÚBLICO: ¡Silencio, silencio!

CORO DE MENDIGOS: ¡Oigan nuestra historia!

CORO DEL PÚBLICO: ¡Silencio!

CORO DE MENDIGOS: ¡Oigan nuestra historia, oigan nuestra historia. (Se van mezclando con el público.)
CORO DEL PÚBLICO: ¡Silencio! ¡Ssssss!

CORO DE MENDIGOS (Igual.): Capítulos, capítulos, capítulos...

Cambio de iluminación temporal.
CORO DEL PÚBLICO: Aquí viene Lucía y nos extraña verla por aquí. Queremos ver de qué se trata.

MUCHACHA: Yo soy la hija de estas tierras. (Se pone la máscara.) Hace meses que el hombre que amo vino a visitar la vieja tierra de mis padres. Yo vine a visitar mis hermanos mendigos. Y me cuentan que aquí está Alberto.

MENDIGO: Si, está en la hacienda, ¿sabes? (Con máscara.) Es muy bueno. Todos los días reparte alimentos entre todos nosotros y nos da semillas para que lo que podemos trabajar las sembremos para nosotros.

MUCHACHA: Sí, él es muy bueno... Y

MENDIGO: Anda siempre por la playa con Isabel, la hija de los Sarmiento.

MUCHACHA: ¡Una mujer!

MENDIGO: ¿Qué te pasa, hermana?

MUCHACHA: Nada, nada, nada... Nada. (Transición.)

NARRADOR (Sale del público, fresco, vivaracho): Efectivamente, la perversa Beatriz ponía en juego todas sus artimañas para conquistar a Alberto. Después del fingido suicidio, las falsas cartas, el “casual” encuentro bajo la tormenta y ponerse de rodillas, sospechaba que en la vida de Alberto había otra mujer. (Sale como bailando. En todo el diálogo siguiente los mendigos pueden conversar con el público, o cualquier otro recurso para empezar abiertamente a crear opiniones sobre el tema de la obra. Si el público se muestra reacio a participar, puede haber un monólogo de uno de los mendigos explicando sus problemas. Paralelo todo a la obra.)
SEÑORITA: No me quiere, pero no resistirá mucho.

NARRADOR: En su alcoba, pensativa, preparaba sus maquiavélicos planes.

SEÑORITA: Debe ser una mosquita muerta esa que se opone entre los dos.

NARRADOR: No desaprovecha ningún encuentro para colgarse suavemente del cuello de Alberto y decirle dulcemente al oído...

SEÑORITA: Te amo.

GALÁN: No puedo, Patricia.

SEÑORITA: Acaso, otra... mujer.

GALÁN: Patricia...

SEÑORITA: Dímelo, Alberto.

GALÁN: Sí.

SEÑORITA: Oh, mi amor, ¿cómo me maltratas así? (Llora.)
NARRADOR: ...Hasta que descubrió la verdad.

SEÑORITA: Es Lucía, la muchacha que me encontré con los mendigos.

NARRADOR: Y dio curso a su perversa imaginación para fabricar falsos testimonios y mentiras.

SEÑORITA: Alberto. ¿Cómo amas a una miserable que es amante de un mendigo?

GALÁN: ¿Cómo? ¡¡¡Qué dices!!!

SEÑORITA: Lo que oyes, mira esta fotografía. (Para sí) ¡Je, je, je!

GALÁN: ¡Es imposible, imposible!

SEÑORITA: Pues no dudes. Así es. Ella es una cualquiera.

GALÁN: ¡Beatriz, dime que no es verdad, que no es verdad, que no es verdad!

SEÑORITA: Y qué quieres que te diga, si lo ves con tus propios ojos.

NARRADOR: Esa noche no durmió, pensaba en el engaño, en las palabras de amor fingidas, susurradas sobre sus hombros, en el descaro de sus caricias falsas, en sus primeras palabras; no, no podía imaginar tanta maldad en una mujer, era increíble, daban ganas de llorar...

MENDIGO: ¿Qué te pasa?

MUCHACHA: Nada, nada.

MENDIGO: Ella es muy bonita y me parece que se gustan.

MUCHACHA: ¿Quién lo asegura?

MENDIGO: Lo dice la gente.

MUCHACHA: Hermano, quiero irme, no puedo... estar más tiempo aquí.

MENDIGO: ¿Te vas a la ciudad?

MUCHACHA: Sí.

MENDIGO: Espera, esta noche Alberto visitará la aldea. Se sorprenderá mucho de verte por aquí.

MUCHACHA: No, debo irme.

MENDIGO: ¿A qué? Te falta mucha familia por ver. Quédate.

MUCHACHA: Me quedaré, pero no saldré esta noche.
Cambio temporal.
GALÁN: Visitaré casa por casa a estas gentes, quiero regalarles un poco de dinero.

PADRE: Así me gusta. Eres muy bueno. Pero siempre tan triste. ¿Qué te pasa?

GALÁN: Nada, nada.

CORO DEL PÚBLICO: ¿Qué dirá cuando encuentre a su amada en la cabaña del mendigo? ¿Le creerá, le creerá él a ella, ella a él, cuál será su reacción, se aclarará todo?

GALÁN (Se quita la máscara. Silencio de los mendigos. Al público con sinceridad ficticia.): A veces pienso, cuando tengo tiempo, ¿qué sentido tiene todo esto? De teatro en teatro, de canal en canal, repitiendo estos mismos diálogos, soportando las miradas de las mujeres cuando paso y me confunden con el personaje de turno. Mujeres de rostros pasmados, gastados, que ríen cuando paso.

UNA: ¡Viva, viva!

TODOS: ¡Bravo, bravo!

GALÁN (Exhibicionista.): Cuando pregunto por el sentido de mi existencia...: embriagues, unos diálogos vacíos, conmover grandes multitudes con estas estupideces. ¿Saben? Quiero vivir tranquilo, quizás con mi mamá, en el campo, lejos del ruido de la ciudad...

CORO DEL PÚBLICO: ¡Qué lindo!

GALÁN: ¿Estoy haciendo bien el papel?

TODOS (Aplausos): ¡Bravo, bravo!

GALÁN (Se pone la máscara. Los mendigos pueden continuar hablando.): Esta noche la buscaré entre los mendigos.

CORO DEL PÚBLICO: ¡Viva! (Si hay música, sube la música).

GALÁN: Lo sabía, míralo contigo...

MENDIGO: ¡Eh!

MUCHACHA: ¿Qué dices? Tú traicionaste nuestro amor.

MENDIGO: ¿Pero, qué sucede?

GALÁN: Ya estoy completamente convencido.

MUCHACHA: Convencido de qué.

GALÁN: De tu engaño.

MUCHACHA: Por favor, no seas cruel, me engañas y encima vienes a burlarte de mí.

GALÁN: Tú, tú mientras yo pensaba en ti, corrías a abrazarte con otro hombre.

MENDIGO: Pero señor, yo...

GALÁN: Excúseme, señor, pero usted no tiene la culpa de nada.

MUCHACHA (Llora.): Alberto, amor mío.

GALÁN: ¿Lloras? No llores, te he olvidado para siempre, ya no te veré nunca más.

MUCHACHA: Será mejor así, ya he comprendido que nuestro amor es completamente imposible, imposible.

GALÁN: ¡Bien! Me marcho. Adiós... para siempre.

MENDIGO: Señor, espere, espe... Se fue.

MUCHACHA: Déjalo, déjalo.

MENDIGO: Pero por qué no le dijiste que yo soy tu hermano, no tu...

MUCHACHA: ¡Qué importa! Él pertenece a otra mujer y...

MENDIGO: No, Luisa, sus ojos me dicen, la forma en que te hablaba... Luisa, pero es que estás ciega... Él te ama, te ama.

MUCHACHA: No trates de consolarme, Chucho, es imposible. (Siguen hablando, mímicamente, el padre con el hijo, la hija con el señor, el mendigo con el galán etc. Mientras el diálogo, o la discusión, se atenúa en el público para dejar paso a un intelectual que ha sido invitado a la representación de la obra para dar su opinión —brevemente— sobre el tema. Cuando termina la charla ya los enamorados están reconciliados.)
MUCHACHA: Raúl.

GALÁN: Lucía.

MUCHACHA: Raúl.

GALÁN: Lucía.

MUCHACHA: Raúl. Etcétera.

Se abrazan. Varios miembros del Coro del Público ríen. Al fondo se ve una pareja de novios casándose frente a un cura. El Narrador, muy chabacano en sus gestos, se acerca al público. De arriba va bajando un cartel.
NARRADOR: A nadie debe extrañar, que al final de cuentas la sirvienta saliera con parientes en la corte o que su familia saltó a formar parte de los nuevos ricos de esta sociedad, o que el padre de su tío era hermano del Galán y que los mendigos fueran recompensados por el feliz suceso con una casucha de madera cada uno, y que se celebrara una fiesta que llenó de luces todo el esplendor del castillo, de la mansión, o de la casa de campo. Y, finalmente, que yo, simple trabajador de estas ilusiones, haya protestado ante el productor, que mandó cortar veinte capítulos y dejó esto en el capítulo 72, sin yo tener la perspectiva de otro contrato de trabajo.

La b o d a sigue desarrollándose. Algunos lanzan arroz. Baja el cartel que dice: “Y fueron felices”. Luego otro que dice: “¿Y nosotros?” El Coro del Público hace gestos de inconformidad con el final. Puede iniciarse un diálogo amplio entre actores y público.
R/D-1977.

1 comentario:

Canek dijo...

Reynaldo, que bueno que publico esta obra tan poco conocida de la dramaturgia dominicana, gracias por hacer publico este aporte a la escena dominicana. Espero siga publicando mas y mas.


Atte. Canek Denis